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Artículos publicados en ABCD de las Artes y las Letras:
El Eternauta:
Cultural-05.05.2007-pagina 062
Cultural-05.05.2007-pagina 063
Diversos artículos sobre cómic e historieta (publicados en Topmail/Terra, el portal de Telefónica de Argentina):
por Gabriela Pedranti
Las relaciones entre la historieta y las formas artísticas «cultas» suelen ser desprestigiadas, a pesar de que en esos encuentros pueden producirse creaciones tan buenas o incluso mejores que la obra que se toma como punto de partida. Tal es el caso de «La Argentina en pedazos», un romance apasionado entre la literatura y la historieta que más allá de sus excelentes adaptaciones a este arte secuencial, contó nada menos que con los prólogos de Ricardo Piglia.
El comienzo
«La Argentina en pedazos» nació como una de las más interesantes propuestas de la revista Fierro. Mediante una exquisita combinación de la literatura con el dibujo, a través de su adaptación a la historieta, retomó temas de textos «clásicos» -no por su antigüedad, sino por su calidad- que seguían vigentes y adquirían nuevo protagonismo en la Argentina del regreso a la democracia. Esta sección se publicó hasta el número 37 de la revista (septiembre de 1987), aunque no en todos sus números.
Las palabras
El escritor Ricardo Piglia (autor -entre otras- de la novela «Plata Quemada», que inspiró la recién estrenada e hiperpromocionada película del mismo nombre) tuvo la responsabilidad de prologar estas adaptaciones de la literatura a la historieta. Y en lugar de «atarse» al argumento de la obra en cuestión (cosa que tampoco hacían estrictamente los artistas que la guionaban y dibujaban), tomaba temas nodales y polémicos que se vincularan con cada uno de los textos.
«Desde el narrador de Las puertas del cielo (Bestiario, 1951) que acumula fichas y datos sobre las costumbres y reacciones de las clases bajas («los monstruos») de Buenos Aires, hasta el círculo de fans que forma un club de admiradores de una estrella de cine (en Queremos tanto a Glenda, 1980) se diría que el hombre cortazariano por excelencia es el coleccionista, es decir, alguien que sustrae los objetos del mercado, los clasifica y mantiene con ellos una relación apasionada y exclusiva», prologa Piglia a Las puertas del cielo, de Julio Cortázar, publicada en Fierro número 6.
Lugones y las fuerzas extrañas es el título con que se abre el juego sobre Un fenómeno inexplicable, de Leopoldo Lugones. Publicado originalmente en 1898 en la revista Philadelphia (especializada en ciencias ocultas), Piglia relee el texto y propone que «En los relatos del Lugones es difícil establecer con claridad los límites: la narrativa policial, la especulación filosófica, los delirios teóricos y la ficción científica se combinan para crear una suerte de híbrido, bastante típico de cierta tradición de la narrativa argentina (…)». La tinta de Carlos Roume y la adaptación de Otto Miller hicieron el resto. Un fenómeno..» se publicó en Fierro número 7.
Las historias
El primer «invitado» de la sección fue El Matadero, de Esteban Echeverría, en una excelente adaptación de Enrique Breccia (Fierro número 1). La Argentina… adaptaría muchos textos interesantes, como Los dueños de la tierra, de David Viñas (Fierro número 2), Mustafá, de Armando Discépolo (Fierro número 3), Las puertas del cielo, de Julio Cortázar (Fierro número 6), Un fenómeno inexplicable, de Leopoldo Lugones (Fierro número 7), La gallina degollada, de Horacio Quiroga (Fierro número 8) y La Gayola, de Tuegols y Taggini (Fierro número 9). Además, los guiones estaban a cargo de Norberto Buscaglia, Carlos Trillo y Otto Miller, entre otros.
Los especiales
Fierro publicó varias veces suplementos especiales sobre temas literarios e históricos. La Argentina en pedazos apareció por única vez dentro de uno de ellos en el número 15 de la revista, en noviembre de 1985. Estaba dedicado a dos grandes escritores, Jorge Luis Borges y Adolfo Bioy Casares. Ese homenaje consistió en la adaptación de Doce figuras del mundo, de H. Bustos Domecq -el alter ego de Borges- y Cavar un foso, de Adolfo Bioy Casares, en un capítulo especial de La Argentina en pedazos.
Comienzo y final
La Argentina en pedazos fue compilada en un libro, pero hoy se trata de una obra prácticamente inhallable; sin embargo, esas versiones marcaron a fuego a los fieles lectores de Fierro, y seguramente siguen presentes, aunque sea en el recuerdo.
Es que los textos que formaron parte de La Argentina en pedazos eran seleccionados con sumo cuidado desde la calidad literaria, pero fundamentalmente desde los temas que tocaban muy de cerca a la plural y fragmentada identidad nacional. No es casual que la obra que inauguró esta sección haya sido El Matadero, ni que la que la cerró fuese Operación Masacre, de Rodolfo Walsh, en la tinta de Francisco Solano López. Juntos a través del tiempo produjeron lo que tal vez fue la entrega más fuerte –simbólicamente- de toda la saga.
♦ Los artistas: un capítulo aparte
Algunos de los dibujantes que fueron responsables de recrear en imágenes todos los grandes textos literarios de «La Argentina en pedazos» eran ya en ese momento bastante conocidos, y otros no tanto. Aquí va una breve reseña de los datos y trabajos de los que participaron en la realización de estos fragmentos de nuestro país en tono de historieta.
Enrique Breccia, el hijo del «Viejo», ilustró Los Dueños de la Tierra, de David Viñas. Nació en 1945, y comenzó publicando material sobre historieta en Fleetway (Inglaterra) a mediados de los sesenta. Con su padre ilustró la impecable Che, versión sobre la vida de Ernesto Guevara. En la adaptación del texto de Viñas desarrolló ese manejo tan particular de los plenos negros que caracterizaron, por ejemplo, a El Sueñero.
Crist adaptó La Gayola, sobre el tango de Tuegols y Tagliani. Este ilustrador que publica diariamente una viñeta en la última página del diario Clarín, nació en Santa Fe en 1946. Publicó en Patoruzú, Gente, Satiricón, Hortensia, Humor y Superhumor. Fue el creador, entre otras, de Troncoso y García y la Máquina de hacer Pájaros.
Carlos Nine recreó Las Puertas del Cielo, de Julio Cortázar, con el inconfundible estilo ya expuesto en las historias de Keko el Mago, El Patito Saubón y las extrañas y maravillosas Estampas del oeste, grandes viñetas a color que se ocupaban de personajes del «viejo oeste» norteamericano, acompañados por una pequeña biografía totalmente delirante: ALBERT KUPFERBERG, (a) el Pibe Minessota (1860-1887). Atravesó todo Kansas con una flecha al cuello perseguido por los indios Tai-Pei. Irrumpió en Dallas gritando `Aheiou-Hew-Haw’, y cayó muerto.» También ilustró «El Libro del Fantasma», de Alejandro Dolina, dando cuerpo a esos personajes que vagan por los rincones de Buenos Aires.
«La Argentina…» tuvo por lo menos dos indiscutidas ediciones de lujo: Alberto Breccia en La Gallina Degollada, de Horacio Quiroga y Francisco Solano López en Operación Masacre, de Rodolfo Walsh.
¿Qué más decir de Alberto Breccia, el «Viejo», que no haya sido dicho ya? Muy poco. Simplemente afirmar una vez más que este creador nacido en Montevideo en 1919, pero que vivió en la Argentina desde los tres años, fue uno de los más grandes de los últimos años. Desde Sherlock Time en la mítica revista Hora Cero hasta Mort Cinder, de sus adaptaciones de cuentos de Borges a Perramus, el «Viejo» definió un estilo único en el campo de la historieta.
Solano López no es menos: tuvo a su cargo, entre tantas otras magníficas creaciones, la versión original de El Eternauta, con guión de Héctor Germán Oesterheld, la historieta más emblemática de nuestro país. Algunos de los personajes más recordados de Solano son Ernie Pike, Joe Zonda o el comisario Evaristo.
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por Gabriela Pedranti
«4 segundos», a pesar de lo que pueda pensarse en un primer momento, no es una historieta sobre una fracción de tiempo, sino que trata acerca de las desventuras de un grupo de cuatro muchachos que parecen destinados a ocupar -con suerte y viento a favor- segundos lugares. En todo.
Editado originalmente como revista independiente por Pipabang Comics, actualmente es también una de las tres historias que componen el comic book Ultra, a cargo de la editorial Ivrea.
Los autores
Feliciano García Zecchin en los dibujos y Alejo García Valdearena en el guión, son los creadores de una de las mejores historias en el comic argentino actual. Situaciones demasiado conocidas, que a la vez sorprenden por lo clara e ingeniosamente representadas, incluso en las resoluciones que puedan parecer más absurdas; en fin, como lo anuncia Ultra número 2, el comic book que pretende darle una continuidad más certera a esta impecable creación: «Conflictos de pasión a granel, como no se ven en la Argentina desde la última emisión de Rosa de Lejos. Eso, señoras y señores, es la vida de los 4 segundos, aquellos que llegaron demasiado tarde para ser primeros…»
El cuarteto principal
Los protagonistas de esta historia son -evidentemente- cuatro. Cuatro pibes de veintipico, sin novia ni chicas que les den bolilla (tema central en sus vidas, por supuesto, sobre todo por la escasez crónica de sexo), que se conocen desde la escuela y se juntan para ver «las películas» (sí, de esas) que uno de ellos toma prestadas del videoclub donde trabaja.
Hasta aquí, esta historia podría parecerse a cualquier otra, sobre todo las de un film yanqui de los años ochenta (¿quién no recuerda la saga de idioteces con final feliz a la que tuvimos que sobrevivir los adolescentes de la época, hermosuras tales como St. Elmo´s Fire, Pretty in Pink, etc, etc, etc?). Pero Marcos, Aníbal, el Zurdo y Terli son argentinos, bien locales, y -a diferencia de los equipos de superhéroes que abundan en el género- los protagonistas de «4 segundos» están siempre demasiado cerca del fracaso total. Y, más allá de lo que pueda parecer, eso es lo más jugoso del asunto… Vean si no: mientras Aníbal intenta lograr algo con la francesa Nanet, el Zurdo está obsesionado por demostrar que la chica -europea al fin- tiene pelos en las axilas. Terli pasa del baile clásico al boxeo, una vez que necesita mostrar que es bien macho, porque en una reunión con los ex compañeritos del colegio se enganchó con una chica… que resultó ser Turturulo, un gordo molesto al que nadie soportaba. Por su parte, Marcos se debate entre la odontología y el amor a Marina, la compañera de trabajo del Zurdo en el video club… Y todo, por supuesto, está bien condimentado con abundantes platitos de aceitunas y litros de cerveza.
De enredos y enredados
Como buenos muchachos de este lado del mundo, los 4 segundos tienen sobre sus espaldas personajes y vivencias de la historia de este bendito país. Entre ellos, el abuelo de Aníbal -un militar loco, que está convencido de que su nieto es gay, porque lo vio jugar a E.T. disfrazado con un vestido, cuando Aníbal tenía 8 años- pasa de la homofobia a la causa gay cuando un médico homosexual le salva la vida. Seguro de que los tres amigos de su nieto también prefieren a los muchachos fornidos, intenta incansablemente sumarlos a su nueva lucha.
Marcos, lejos de impresionar a Marina, sube al mismo colectivo que ella con un súper pancho en la mano, que además termina vomitando sobre una vieja, que -por supuesto- termina siendo la abuela de Aníbal que esa noche los había invitado a comer.
El Zurdo -además de intentar las mil y una formas de enterarse si Nanet tiene o no pelos en las axilas- desarrolla una extraña manía de comer cualquier objeto, usa la remera de Baywatch y sueña con Pamela Anderson, a veces metamorfoseada en uno de sus mejores amigos…
Biografía oficial
Hay otro personaje que entra y sale de la historia: se trata de Rolo Soto, estilista, crítico de arte y biógrafo oficial del staff de Pipabang Comics, quien en Comiqueando 44, de marzo de 2000, sintetizó, por si no aún quedaba claro: «Las historias de 4 segundos narran la vida de cuatro jóvenes apasionados por la mediocridad, la falta de sexo, la cerveza y las aceitunas (…) 4 segundos le puede interesar básicamente a gente que: lee 4 segundos, ha leído 4 segundos, leería cuatro segundos, no sabe/no contesta, tiene severos desórdenes psicológicos o simplemente, se droga mucho».
Doblete, para dar pelea
4 segundos es una de las pocas historietas argentinas que tiene doble edición: su propia revista, a cargo de Pipabang Comics, con una frecuencia bastante incierta, y las últimas páginas de Ultra, comic book de reciente salida (hace apenas un año), que intenta, con buena calidad y precio «pelear un hueco en este mercado saturado de hoy en día». Y lo está logrando, aunque su salida sea bastante más espaciada que lo que se planeó originalmente. Eso es muy bueno, sobre todo porque la serie de Alejo y Feliciano aporta un aire nuevo y refrescante al decaído panorama local. Aunque solo sea por unos pocos segundos.
♦ El guionista en su tinta
Alejo García Valdearena es el guionista de 4 segundos y el editor responsable de Pipabang Comics, que sacó el primer número de la revista en abril de 1999. El origen de la historieta que comparte con Feliciano García Zecchin surge de un intento mucho más pretencioso: la idea original era hacer una antología. «Pero nos dimos cuenta de que era una tarea muy engorrosa de manejar. Muchos problemas – familiares y de todo tipo- nos llevaron a elegir un solo guión del proyecto original, y tomamos los mismos personajes que ya habían sido creados, y así surgió 4 segundos. Hasta hoy, han llegado hasta el número 7, que se presentó en la reciente convención Fantabaires, «lugar clave para el feedback. Se acerca mucha gente, con muy buena onda, a pedir que firmemos la revista.» Los e-mails que reciben también son halagadores, y se enganchan en el estilo que pretende plasmar Pipabang Comic, ya que van dirigidos a los más inverosímiles licenciados, doctores y afines. «Cuando un producto, cualquier producto, está hecho con ganas, se nota», afirma Alejo. «Y además nosotros nos divertimos mucho.»
Con respecto a la edición de su comic en la revista Ultra, comenta que se debe a una concreta realidad económica (para qué volver a hablar de las publicaciones independientes en nuestro país…) y considera «que fue finalmente beneficioso. Nos conoció mucha más gente.»
La anécdota que Alejo recuerda enseguida tiene que ver con unas páginas de 4 segundos que se publicaron en la revista Lazer (y en Ultra número 2, capítulo «Buen tamaño»), en donde Marcos viaja en colectivo al lado de un hombre «que se está descomponiendo en vida» (por los aromas que expele). A pesar de haber intentado hacerse el dormido para no ceder el asiento a una señora mayor y molesta, el hedor del eructo del tipo de al lado puede más, y finalmente vomita el súper pancho que recién había terminado de comer. Y lo hace nada menos que sobre la abuela de Aníbal, que -obviamente- era la vieja que lo forcejeaba para que la dejara sentarse. Ah, y como si esto fuera poco, Marina (la empleada del video club de quien está enamorado) está sentada en el fondo del colectivo… «Nos llamó mucho la atención lo que pasó con esa historia; el guión terminaba indicando que se veía el colectivo y una onomatopeya del vómito. Cuando Feliciano la dibujó, se confundió y agregó un globo en esa viñeta. Lo más fácil era agregar una frase que dijera alguno de los pasajeros del colectivo. Como ya se había visto a un nene sentado al lado de la madre, agregamos ´¡Mirá mami, se comió un súper pancho!´… Ese se convirtió en el globo más famoso de 4 segundos y en realidad surgió por azar…»
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Gabriela Pedranti
Uno de los espacios en donde la historieta y el humor gráfico han persistido más allá de presupuestos, gobiernos y proyectos frustrados, son los diarios. En la última página, inaugurando secciones e incluso en las tapas, las viñetas y tiras son un clásico entre la información y una de las secciones más leídas. No es fácil -sobre todo últimamente- lograr una sonrisa entre tanta mala noticia y medida sorpresiva… Cada publicación lo hace según su estilo y criterio editorial, desde la selección de los temas hasta el tipo de humor que publica…
Aquel pibe amarillo
La relación entre el periodismo y la historieta es muy larga. De hecho, fue en los diarios en donde se originó el género de los comics tal como lo conocemos hoy, es decir con continuidad de personajes y con expresiones que al principio no aparecían en globos. Allá por 1895, la pluma de Richard Outcalt creó al «Yellow Kid» o «Pibe Amarillo» -que en realidad, durante un tiempo fue azul-, en las páginas del New York World. Al año siguiente, creador y creación se mudaron al New York Journal, del mítico William Randoph Hearst. Como la historia del personaje describía la pobreza de las calles, la alta sociedad de Nueva York acuñó una frase que persiste hasta nuestros días para descalificar a la prensa sensacionalista: lisa y llanamente, «amarilla», debido al color del muchachito en cuestión.
El gran diario argentino
Acercándonos un poco en tiempo y espacio, el diario Clarín tuvo -y tiene- material de historieta que ha marcado hitos a lo largo de los años. Tímidamente al principio, con toda la última página después, las tiras y viñetas de Clarín no priorizan lo político, sino ciertas noticias de actualidad no demasiado polémicas. Sin embargo, el maestro Hermenegildo Sábat tiene un lugar de privilegio, al ilustrar con sus maravillosas caricaturas las notas principales del diario. Es en la década del setenta cuando Sábat pasa de La Opinión a Clarín, y por esos mismos años el «gran diario argentino» empieza a publicar sólo historietas nacionales en su última página. Hasta ese momento, el entonces apodado «diario para toda la familia» publicaba traducciones de «Daniel el travieso» o «Los Picapiedras», con algún aporte local, como «Un soldado de Güemes», de Nella Castro y Arancio.
Un tiempo después, el panorama fue otro: ¿Quién puede olvidar las peripecias del «´Loco` Chavez», de Altuna y Trillo?¿Y a quien fuera una de las mujeres más deseadas de la tinta y el papel, la apetecible Pampita? Si bien el ingrediente de la aventura, de lo posible en un género tan rico como la historieta se perdió cuando el «Loco» dejó sus andanzas de corresponsal para volver a Buenos Aires, se convirtió en un arquetipo porteño que será recordado por mucho tiempo.
Otro de los grandes en las páginas de Clarín y su revista dominical, Viva, es Fontanarrosa. Su viñeta diaria y crítica se alterna con otra en la revista, y cada quince días, lo más esperado: el brillante Inodoro Pereyra gaucho que sobrevive a la globalización a fuerza de mates y juegos de sentido. La revista se enriquece con el aporte semanal del humor de Quino y Caloi, a página completa.
En el diario, Clemente, de Caloi, terminó ganándole terminó ganándole la pulseada a Bartolo, protagonista original de la tira, quien alguna vez aparece sólo de visita.
Lo mismo pasó con Matías, de Sendra, frente a Prudencio. Este espacio estuvo cubierto durante gran parte de los años anteriores por «Teodoro y Cía», en los inconfundibles trazos de Viuti. Entre otros, «Diógenes y el Linyera», de la mano de Tabaré, ocupan su lugar en la última de Clarín desde hace más de veinte años…
La Tribuna de Doctrina
La Nación también destina su última página a las historietas, y algunas de su revista del domingo. Nik, con su «Gaturro» y otros personajes tiene espacios en las dos, igual que Tute. «Especies en peligro» (de Wang y García Seijas) y «Metahumorfosis» (de Ibáñez) son otras dos de las que se publican. El conservador La Nación, buscando mantener su imagen de diario «de mundo», aún cuenta con traducciones de historietas extranjeras, como «Blondie» en su momento y hoy con «Lola» (de Dickenson y Clark). Lo más innovador desde su reciente rediseño son sin dudas las viñetas de Arias y Wolf, y las «Superadas» de Maitena. Coherente con su estilo de diario «serio», La Nación completa la página con palabras cruzadas y una nota cotidiana. Más allá de las leves variantes, para este diario hay algo en claro: la historieta va al final, compartiendo espacio con cosas casi triviales, simplemente marcando el final del diario, es decir, un momento de distensión…
Ponerle la tapa
El caso de Página 12 es diferente. Prioriza la historieta desde su tapa, en la que desde la salida del diario en 1987, la viñeta de Rudy y Paz agudiza la mirada crítica sobre algún tema de actualidad. Desde la primera, en que un obispo preguntaba si el nuevo diario era divorcista, y un cura le contestaba «Creo que no. Dicen que no se casan con nadie», el lugar de las ilustraciones y las historietas es prioritario. Tanto, que muchos analizan la viñeta de tapa como la nota editorial del diario, cosa que produce la indignación de sus autores.
Página 12 abre y cierra su edición con dibujos: la contratapa está a cargo de Rep, quien con sus diferentes personajes (Auxilio, Socorro, Gaspar, las Postales, entro otros) propone un cierre reflexivo. Incluso este año, el diario ofreció una agenda 2000 íntegramente ilustrada por Rep… Es que para Página 12, el humor es cosa seria.
♦ Sátira y realidad, ésa es la cuestión
Prácticamente todos los diarios argentinos y del mundo tienen historietas: hasta el reciente y gratuito Diario de Bolsillo incorporó la tira «Trini y el Chino», de Albiac y Sanabria, junto con «Quintín y Molly», de Weber, (el mismo «Quintín García» que publicó durante años La Nación). Hay algunos que siguen difundiendo la «Mafalda» de Quino, como La Voz del Interior de Córdoba o El País de Montevideo, Uruguay, a pesar de que la tira tenga ya sus cuantos años…
Pero siguiendo el rastro de algo cuyo origen podría situarse en la Revista Multicolor de los Sábados, del diario Crítica, en la que, entre letras y música, se daba un importante lugar a la historieta, hoy podemos encontrar otro suplemento semanal que se dedica exclusivamente al humor gráfico y la historieta. Se trata, claro, de Sátira 12, que se distribuye también los sábados, junto con Página 12. Con un sólido editorial de Rudy (que además es psiquiatra y se llama Marcelo Rudaeff), Sátira invita a mirar los sucesos de esa semana desde las perspectivas de un grupo de humoristas que incluye a Paz, Wolf, Toul, Bianfa, Pati y Jorh. Y a pesar de que sus creaciones desbordan de opinión, Rudy se indigna ante esta sugerencia: «¿Le preguntarías a un editorialista si su editorial es un chiste? Ese es el punto. Yo creo que los chistes funcionan como chistes y los editoriales como editoriales. El chiste no opina ni informa. Para nosotros, si es que hay una línea, una opinión en el chiste, es: `no entendemos qué pasa, ¿ustedes entienden qué está pasando?`. Eso provoca muchas veces gracia. En todo caso, señalamos un absurdo, o algo que nos parece absurdo, sin explicarlo». Paz (Daniel Fresno, según su documento) apoya la idea:».La opinión no es lo que da valor al chiste. Lo que le da valor al chiste es otra cosa, que es lo que hace que uno se ría. Puede haber una opinión subyacente, pero eso no hace divertido al chiste. Como en el caso del chiste de Clinton correteando becarias en la Casa Blanca». Y para que no queden dudas, Rudy remata: «Personalmente, a mí no me importa qué hace Clinton con su bragueta. Pero el Papa diciéndole a Clinton que cierre la bragueta mientras le dice a Fidel (Castro) que abra la economía me parece muy gracioso».
El humor y las mujeres
«Salvando las distancias, con el humor pasa lo mismo que con las mujeres. Una mujer labura sosteniendo el hogar, criando a los hijos, cocinando cuando no hay comida, cuidando al bebé, ayudando a los chicos con la escuela. ¿Pero qué es para el común de la sociedad? (Con tono despectivo) Es un ama de casa. El valor de su tarea es ínfimo. Si vos realmente querés elevar la dignidad de esa señora, tenés que decir «es una ejecutiva del hogar», o por ahí, si consiguiera plata para pagarle a la niñera… hay una escala de valores en la sociedad en la que ese tipo de cosas cotidianas, como por ejemplo que haya comida cuando tiene que haber comida, que el baño esté limpio, que uno tome el desayuno y pueda sonreír con un chiste, son cosas que no tienen valor reconocido » (Paz)
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por Gabriela Pedranti
No todo tiempo pasado fue mejor. Por lo menos, para los seguidores de Cazador, ya que el personaje «creado por Lucas» fue reeditado recientemente por Mauro Cascioli y compañía. En su segunda época, Cazador renace de sus cenizas, para seguir transitando un mundo que prefiere seguir adelante sin él. Llena de referencias a los viejos lectores, la revista arma un ambiente de personajes mucho más temibles que el propio protagonista.
El regreso I
Desde el cierre de Ediciones de la Urraca, se hizo muy difícil imaginar el retorno de alguna de las publicaciones que durante años ofrecieron algo distinto a la mayoría de las grandes editoriales. La quiebra de la editorial de Humor produjo una profunda tristeza, tanto en el ambiente periodístico como en los lectores. Sin embargo, acaba de producirse uno de los regresos más esperados: que las viejas salgan corriendo y los asustadizos huyan, porque el Cazador ha vuelto. Y además -tarea complicadísima en estos casos- sin decepcionar a los lectores de la primera hora.
Vean si no: el primer número ofrece una impecable tapa en la que el Cazador irrumpe -violentamente, claro- para asustar a un poco expresivo (por no decir «aburrido») Fernando de la Rúa – con la banda presidencial bien a la vista-, un Chacho Alvarez que huye, desorbitado (cualquier semejanza con la realidad es más que una mera coincidencia), y una Superheroína/Pertiné -rebautizada «Mamá Trabuco»- que, pese a todo, sostiene entre sus fuertes brazos a un periodista muy parecido a otro, que en este caso se llama «Jorge Lavaca», y conduce el programa político «top» de la República Argentina…
Abriendo la revista, las ruinas de quien fuera el Cazador duermen entre bolsas de basura. Restos de diarios viejos titulan «Cazador está muerto. La ciudad respira tranquila». Mientras tanto, desde un edificio se escucha la tele o la radio, que grita (sic): «¡Buenas noticias! Presi, don Pete de la Rúa y su hijo lo encontraron de partusa en un prostíbulo junto a la famosa cantante colombiana Chakira. La policía allanó el lugar ante una denuncia de sus flamantes regentes Don Chacho Alvare y Tony Quefiero. Aparentemente estarían todos drogados ya que la cantante tendría rastros de Geniol con coca cola en su sangre y en los bolsillos del Presidente se halló sobres de Royalina, mientras su hijo, Bumbucha de la Ruta, se le halló dos naranjas bien chupadas y dos mejoralitos. ‘¡Y claro, es el nene! ¡Suerte, chicos!»
El regreso II
Los encargados de comunicar a los habitantes de la historieta que nuestro personaje ha regresado, son los alter ego de Eduardo de la Puente y Mario Pergolini, que se encuentran con el Cazador durante una recorrida nocturna en busca de travestis (como verán, el tono de la serie no ha variado en lo más mínimo)… Lo anuncian por la radio y Súper/Pertiné y las concubinas (unos dibujos buenísimos de unas deformes y horribles mujeres) consiguen un robot para que lo destruya… Y el creador de la máquina es el profesor Glam, quien no es otro que el que alguna vez fue «el artista infantil conocido como Neurus…» (¡¡Retonto!!)
Mientras tanto, en el programa de Lavaca, aparece uno de los chicos que durante los años ´ 90 «arruinaron sus vidas leyendo El Cazador, toda una generación destruida por esa bestia», vea…
El pobre vástago -ojos rojos, baba acorde- confiesa que se sintió muy mal leyendo esa historieta y «una vez hasta gomité», luego de lo cual hace lo propio sobre el periodista Lavaca. Entretanto, Mamá Trabuco elige cuidadosamente su vocabulario y condena (!!!) al «resucitado»: «Como pueden observar, el aspecto de este botarate lo dice todo. Si Cazador es la enfermedad, nosotras somos el remedio.»
De ahí en más, una aventura que termina anunciando el glorioso regreso del Cazador, para alterar la maravillosa y apacible vida de los habitantes de ese país tan de fábula, y a la vez, tan conocido y cotidiano…(Sinceramente, y aunque sea en el plano de la ficción, más de uno debe sentirse identificado con el protagonista cuando aplasta a una modelo insoportable, o cocina a un conductor que habla demasiado…).
Es que el cruce de personas y personajes muy conocidos -especialmente de la política y la televisión- en la calle, en el infierno, o en cualquier parte, propone un goce extra al lector atento. Esta también era una característica de este comic en su primera época, y se mantiene, tal vez exagerándola un poco más. Pero aunque corra detrás de su novia (nada menos que Graciela Alfano) o se encuentre con el mismísimo Satanás, lo fundamental de la vuelta del Cazador –más allá de las preferencias estéticas y temáticas- es que, en un momento tan crítico para la industria editorial (y no sólo para ella, claro está) intenta conservar un espacio periódico y continuo para la historieta argentina. Junto a las ediciones de Comiqueando Press o Ivrea (que edita entre otras Ultra, una revista que incluye la impecable «4 segundos»), y alguna otra publicación espóradica (Animal urbano, por ejemplo), el espacio que viene boqueando desde el cierre de Fierro e incluso, Humor, lucha por sobrevivir.
♦ De eso no se habla
El comic del Cazador es una de las publicaciones argentinas que, en plena época democrática, fue víctima de la censura. Ya hacía un largo rato que la revista había visto la luz, a través de Ediciones de la Urraca. Por entonces, el flamante Gobierno de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires era conducido por el primer Jefe del mismo, el actual Presidente, Fernando de la Rúa. Las historias del Cazador, un personaje violento y sediento de sexo y muerte, parecieron ser demasiado para los kioscos de una ciudad limpia y ordenada, o que por lo menos pretendía empezar a serlo… El resultado no se hizo esperar: lo censuraron, y levantaron las ediciones de la calle.
Por suerte para los seguidores, la revista volvió a los kioscos bastante rápido, con un capítulo que criticaba muy duramente -mucho más que hasta el momento- a los tres posibles «presidenciables» de la época: el mismo De la Rúa, Graciela Fernández Meijide y Eduardo Duhalde. Los fanáticos recordarán la historia –realmente sin desperdicio- y los despliegues de distintos estilos de dibujos que aparecen en ella. Y por supuesto, la ostentosa faja de censura que cruzaba la portada.
Este tema de la crítica y prohibición de comics y dibujos animados (cuyo ejemplo más acabado parece ser el animé Ranma ½) es recurrente: aparentemente, un grupo de padres indignados se queja por las cosas que ven o leen sus hijos pequeños, metiendo todo tipo de dibujo (animado o de revistas) en la misma bolsa. Y ese es el punto, que parte de un profundo desconocimiento: en general, se considera que toda publicación de historietas o dibujo animado es para chicos. Y obviamente, no es así: existe una gran oferta (y una similar demanda) de ese material para adultos, que por otro lado, no implica que sea pornográfico. Simplemente, son temas y situaciones dirigidas a otro público, más maduro, y con otros intereses. En nuestro país no existe todavía el «boom» de la animación para adultos que se dio en otras partes del mundo, a pesar de que es un mercado que está ampliándose con el desembarco del canal Locomotion en televisión satelital y por cable.
Censurar cualquier contenido por considerar que va dirigido a un grupo de lectores o espectadores diferente al que realmente apunta, es por lo menos, apresurado. Tal vez los apurados de siempre se sientan satisfechos al leer el número tres del Cazador (en los kioscos desde el viernes 8 de diciembre), en el que la «bestia» desciende al infierno, para luchar con seres mucho más temibles que él, sobre todo porque existen.
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por Gabriela Pedranti
Desde Juan Moreira y Martín Fierro, los gauchos han atravesado gran parte de la cultura popular e incluso «académica» de la Argentina. Pero hay uno que, lejos de la idealización y de las pampas no globalizadas, ha tenido que adaptarse a los cambios de los últimos años a una velocidad increíble. Es el personaje que nos saluda cada quince días en la última página de Viva, la revista dominical del diario Clarín: el gran Inodoro Pereyra.
El autor
Rosarino, nacido en 1944, Roberto Fontanarrosa es el creador de Boogie, el aceitoso, Inodoro Pereyra y -diseñado especialmente para la revista Fierro– Sperman, el hombre del sexo de hierro. En la actualidad colabora diariamente con una viñeta en el diario Clarín, además de su página dominical en la revista Viva, en la que se alternan planchas completas con el «poema telúrico» del famoso gaucho. Además de dedicarse a la historieta (género que maneja como pocos), es autor de varios libros de cuentos. Algunas de sus creaciones (entre ellas, Inodoro Pereyra) han sido adaptadas al teatro.
Los gauchos y la historia
Para imaginar a Inodoro Pereyra, Fontanarrosa ha desafiado a la «simbología gauchesca» tradicional, esa que pretende identificar a Martín Fierro como el sello definitivo de la Única Identidad Nacional Argentina. (Linda paradoja que el premio al espectáculo más cuestionado en los últimos tiempos lleve el nombre del famoso personaje de José Hernández…)
Inodoro parte de las llamadas «tradiciones populares» y del folklore, pero los quiebra, los desafía y les otorga una serie de nuevos significados. Se corre de ese pasado-tradición «ideales» para hacer su propia historia. Cuando en el primer capítulo («Cuando se dice adiós»), al grito de «Alto, maulas, así no se mata a un valiente», un comisario demasiado parecido a Cruz (sí, el del Martín Fierro) se pone de su lado y le propone «juir juntos hacia las tolderías», Inodoro lo mira con una expresión serena y le contesta: «¿Sabe lo que pasa? Que a esto ya me parece que lo leí en otra parte y yo quiero ser original…»
Los compañeros: la Bella y la Bestia
El eterno compinche de correrías (y desventuras) de Inodoro es su perro, el fiel Mendieta. Su expresión «¡Que lo parió!» ya se ha convertido en un clásico. Pero la historia de Mendieta también tiene una fuerte relación con las creencias populares. Es en uno de los primeros episodios («Toda la verdad sobre el Mendieta») en que el perro confiesa su pasado: «Yo era lobizón, ¿sabe? Memperraba los martes de luna llena. Al alba me golvía de nuevo crestiano donoso. Hasta aqueya noche del eclipse.» El remate de Inodoro, con un lagrimón en la mejilla, no deja lugar a más palabras: «No siga, Mendieta, no siga».
La otra compañera permanente de Inodoro es su mujer, Eulogia. «China» hermosa y delgada en sus orígenes, se fue convirtiendo en la gorda fea y malhumorada que conocemos hoy. El propio Fontanarrosa no tiene una razón muy clara del cambio. Alguna vez dijo que «no sé, en un momento me pareció que Inodoro no podía tener una compañera tan linda…» Y así selló el destino de la pobre Eulogia.
Otros personajes que aquejan periódicamente a «Don Inodoro», como lo llaman, son los loros, a quienes alguna vez Pereyra acusó de «apátridas», por irse de vacaciones a Brasil. Periódicamente lo visita un grupo de indios, más parecidos a los del Far West de las películas de Hollywood que a los indígenas autóctonos de Sudamérica.
Has recorrido un largo camino, muchacho
Inodoro Pereyra se ha ido adaptando a los tiempos que corren: desde ese «poema telúrico» con referencias al contexto de los años ’70, en el que este gaucho -casi un héroe- atravesaba la pampa en busca de aventuras, hasta un Inodoro más sedentario, al que las cosas «le llegan», en los años ’90. De ahí su vigencia, que siempre denota una mirada ácida sobre los sucesos actuales: «Vea esa vaca. Es una tetrateta. Tiene una teta pa´ la leche, otra pa´la manteca, otra pal´yogur y otra pal´dulce de leche. ¡Un solo ordeñador le consigue un desayuno americano completo! Y ande le agreguen otra pal´ jugo de naranja, ya tiene el ´Continental´ también». O esta otra: «Avemaríapurísima… la Corriente del Niño, el Mal de los Rastrojos, el final del milenio… Y áhura un mono en el techo del rancho… Demasiado para un crioyo».
Es que a través de los años, hay algo que se mantiene como valioso sello de fábrica: la increíble capacidad de Fontanarrosa para exponer desde el humor la cruda realidad cotidiana.
Lo popular y lo doméstico
Fontanarrosa juega con los sobreentendidos, con las infinitas posibilidades de sentido de las palabras («Mi Tata, en cambio, compraba siempre el mesmo billete de lotería. Nunca sacó ni terminación» «¿Y cómo terminaba?» «Yorando, el pobre viejo»). Hay una opinión, una toma de postura frente a lo tradicional o popular «oficial», conjugándolo con un mundo en constante cambio. En una realidad en que se cruzan la cantante neofolklórica Soledad con los locales de Mc Donald´s, Inodoro (como en el mismo sentido, la Mafalda de Quino) constituye un lugar privilegiado para reconocernos. O por lo menos, para reflexionar, desde el humor, sobre las características de un mundo cada vez más complicado.
♦Ilustres encuentros
Las referencias a la literatura, a los medios y a las frases cotidianas no agotan la riquísima galería de encuentros que ha protagonizado Inodoro Pereyra. Son apenas una parte de una larga serie. Hay algunos que no tienen desperdicio, sea por el valor de esa tira en particular o por lo simbólico del homenaje. Desde el lobizón que se emperró («pero pa´ que no lo arrestaran se convirtió en perro de policía») hasta la luz mala (que terminó siendo un sapo que se tragó «una candela creyendo que era un tuco»), todos aportan lo suyo. Aquí va una breve referencia a algunos de los más ilustres (y que pueden encontrarse en el primer tomo de esta historieta, que Ediciones de la Flor compiló ya en 1974, pero que ha reeditado regularmente):
* «Encuentro con Yon Darwin» (en la tira, un paleontólogo que busca los restos de un gliptodonte, a quien Pereyra aconseja, con tono confidencial: «Entonces, amigazo, hágale caso a este gaucho… no lo busque más… ese animal está muerto»);
* «Milonga para Guadalupe Posadas» (dos mexicanos, «hombres de Pánfilo Argumedo, uno de los que han inventado la Revolución», y ha muerto recientemente. Ellos no comparten un mate con Inodoro – es decir, no «matean»- porque «basta de muerte para nosotros»);
* «La pampa de los senderos que se bifurcan» (claro, una imagen con bastón y grandes ojos que no ven. «Mi nombre es Jorge Luis, pero puede decirme George», que teme que la atropelle «el malón de las seis» y le dice llanamente a Pereyra: «Es inútil, somos un símbolo: civilización y barbarie…»);
* «La Telesita» (una de las tiras donde más se ve el juego entre el blanco y negro de la primera época, y cuya protagonista es una bruja que casi mete miedo. Ella empieza con las «relaciones» en medio del baile: «La muerte donde yo vivo tiene por baño un cuartucho. Sólo falta un Inodoro pa´ cuando como quitucho»; Pereyra, luego de intentar bailar, le contesta que «si buscás un compañero pa´que te baile a tu modo, andá buscátelo al Chúcaro, que viene con viola y todo», y luego piensa, indignado: «¡Qué voy a bailar con ésa! ¡Si ésa aprendió a bailar por chasqui»);
* «El mazorquero de Navidad» («¡Viva la Santa Federación! ¡Mueran los salvajes unisex!» exclama Inodoro a voz en cuello, ante un asombrado Papá Noel, que también recibe como despedida del gaucho los «Saludos al Juan Manuel»);
* «Recital» (la última, con un Inodoro a pura guitarreada y saludo final «Pa´quien no guste mi canto tengo una cosa prevista, que se compre una vigüela o se compre otra revista»).
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por Gabriela Pedranti
La historia de los comics ha dado personajes insólitos, sorprendentes e incluso muy extraños. Tal vez este sea el caso de Krazy Kat, de George Herriman, una historia donde una gata -o gato, según las traducciones locales- muere (casi literalmente, por los golpes que recibe) de amor por un ratón -o rata, claro, en la versión local-. Pero sus fieles seguidores saben que muchos consideran esta tira que casi roza lo delirante como una de las producciones más interesantes en el universo del noveno arte.
El autor
El norteamericano George Herriman nació en Nueva Orleans en 1880. Diecisiete años después, este dibujante y guionista logró el primer beneficio monetario proveniente de su pluma: el diario Los Angeles Herald le compró una ilustración y finalmente lo contrató para trabajar en ese periódico. En los albores del siglo XX ya publicaba dibujos con tono de humor en el New York News, Judge y Life. En 1903 comenzó con sus primeros comics, entre ellos Lariat Pete, He Got His Man y Major Ozone´s Fresh Crusade. En 1910 publicó Dingbat Family, que fue el caldo de cultivo de los protagonistas de su obra maestra, Krazy Kat. Herriman también fue autor de Baron Bean (1916), Stumble Inn (1922), Us Husbands y Mistakes Will Happen (ambas de 1926).
Pero serían la gata y el ratón los que lo consagrarían como un gran creador del género…
El comienzo
Dingbat Family, la serie creada por Herriman en 1910 pasó pronto a llamarse The Family Upstairs (algo así como «la familia de arriba»). Junto a los componentes del núcleo familiar principal, pronto aparecieron unas viñetas protagonizadas por dos personajes aparentemente sin importancia: un perro y un gato, que muy pronto tendrían peso propio. Cuando al poco tiempo se sumó el ratón, la historia comenzó a cambiar. Pocos años después, los animalitos se volvieron tan importantes que pasaron a ser los protagonistas absolutos de su propia tira (y ya no de viñetas de «acompañamiento»). Que no fue otra que Krazy Kat, claro. Hasta tal punto se impuso el reino animal, que The Family Upstairs terminó en 1916, mientras que las aventuras delirantes de la gata continuarían hasta la muerte de su autor, en 1944.
El argumento
Calificada más de una vez como «una mezcla de sinrazón y la más pura lógica», Krazy Kat es en esencia, la historia de una gata enamoradísima de un ratón, quien no vacila en arrojarle duros ladrillos por la cabeza cada vez que ella, insistente y fiel, se le acerca. Por otro lado, el policía que nunca falta, se enamora de la protagonista y constantemente mete en la cárcel al roedor, a pesar de los ruegos de la gata para que no lo haga. Y a la vez, la tira es mucho más que eso: la felina Krazy Kat, su pequeño y amado Ignatz y el «representante de la ley», Officer Pupp, se mueven en un ambiente casi surrealista, en el que sus aventuras -tanto desde los textos como desde los dibujos- sufren los más diversos cambios y las más impensadas distorsiones.
El lenguaje
La serie de Herriman produjo, además de una gran innovación en lo gráfico, una especie de revolución en el nivel lingüístico: mezclaba expresiones cotidianas, términos populares, palabras y frases en «yddish» y, para terminar de sazonar semejante ensalada, a veces aparecían términos inventados. Todo esto se sumaba a las aparentes «dificultades» de expresión y pronunciación, y a los graves errores gramaticales, que en realidad resultaban un formidable recurso para indicar la oralidad en el plano de lo escrito: «Ain´t a shame, Ignatz, that all the piple in this world aint at peace with each other, like you and me, huh» (una traducción aproximada sería «¿No e´ increíble, Ignatz, que en este mundo toda la persona no estean en paz, como nosotros, eh?). Usando un lenguaje casi marginal, la enamorada gata vive en su propia realidad, declarándole su amor a un ratón que no puede entenderla. (Y claro, el asombro y la incredulidad de Ignatz son comprensibles: por más que siga arrojándole ladrillos, Krazy Kat lo ama, inalterablemente). La marca gráfica de ello eran los corazoncitos que surgían de la cabeza de Krazy Kat -en vez de los clásicos pajaritos o estrellas- después de recibir el porrazo.
Loca pero no tanto
Comparando esta historieta con otros comics, en los que la víctima suele defenderse y los roles se intercambian, la reacción de la gata ante la violencia del ratón puede parecer inusual: no sólo no se defiende ni ataca, sino que después de cada golpe, su amor se fortalece. En este sentido, una fanática de la serie hizo la siguiente reflexión: «Tal vez Krazy Kat no esté tan loca después de todo. Hay una fuerte relación entre ella y el ratón. Después de tantos ladrillazos que, lejos de apagarlo, intensificaron el amor, él -si quisiera realmente lastimarla- hubiera cambiado su táctica. Entonces, a lo mejor sea un caso en el que la fórmula es ladrillos=odio=amor».
Una buena síntesis para una gata cuya locura tal vez sólo se deba a que aquel lejano primer ladrillazo afectó un poco su cerebro, pero no su corazón.
♦Ser gata o gato, esa es la cuestión
Krazy Kat se convirtió con los años en una tira de culto. Sin embargo, no fue así en el momento de su aparición. Hizo falta toda la audacia de su creador y la tenacidad de quien resultó su editor, el mítico William Randolph Hearst. Hacía ya unos años que este particular señor le había robado el primer personaje de la historieta mundial, Yellow Kid, creado por Richard Felton Outcalt, a su principal competidor, Joseph Pulitzer*. Fue este «visionario» quien, convertido en un defensor a ultranza de la creación de Herriman, hizo que el 23 de abril de 1916, Krazy Kat debutara como plancha dominical en el New York Journal, diario de su propiedad.
Pero no todos los caminos que recorrió Krazy Kat fueron tan directos; más allá de cierta resistencia del público en su idioma original, la cosa se complicó bastante cuando se tradujo al español. «El gato chiflado» en España, «El gato loco» en Argentina (en las páginas del «gran diario argentino», Clarín, durante un corto período hace más de cinco décadas), empezó a tener dificultades, primero, con la identidad del ratón. Pasó enseguida a ser una ratita, con lo cual la cuestión parecía quedar zanjada. Pero eso no fue todo: los problemas continuaron cuando el Officer Pupp, un señor hecho y derecho (¡y encima policía!) se enamoraba del supuesto GATO. Ahí sí que se las vieron negras. El recurso para solucionar el tema fue, por lo menos, desprolijo: cada tanto el gato, súbitamente, se convertía en gata, para conservar la virilidad del representante de la fuerza policial; por otro lado, se modificaban los argumentos de las historias, lo que convertía a un comic ya bastante hermético en una maraña muy complicada. Tanto, que este tema de la identidad de la felina/felino ha generado largas y encedidas discusiones entre los seguidores hispanoparlantes de la historieta.
Es que la aparente forma «impersonal» del idioma inglés -es decir, que no distingue entre géneros femenino y masculino en sus sustantivos y adjetivos- tiene, sin embargo, sus raíces. Y la de la palabra «cat» (válida tanto para «gata» como para «gato»), de la que se derivó el «Kat» del nombre de la historieta, es femenina. Hasta las uñas, aunque no las tenga pintadas.
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Gabriela Pedranti
La historieta -bien lo saben sus más fervientes seguidores- no es sólo un género de capas y trajes ajustados. Los superhéroes y los personajes japoneses ocupan una gran parte del mercado, pero no todo. Hay lugar, aunque pequeño, para otras expresiones que bucean en temas más cotidianos o cercanos, y a la vez, menos explorados.
Uno de los hitos más importantes en esta línea -y a decir verdad, en todo el mundo de la historieta- es Perramus, de Juan Sasturain y Alberto Breccia. Ellos mismos abren el difícil juego: «Acosado por el miedo y el peso intolerable de una cobardía, un hombre pedirá el olvido y le será concedido. Cuando despierte (…) será nadie.»
Las historias
El guionista de Perramus, Juan Sasturain, comenta que «En el principio fue el personaje, o mejor, la idea de alguien que con su diferencia traspasara la normalidad de lo humano. Era un anti-Funes (el memorioso borgeano, el que no podía olvidar y al que la ´prolijidad de lo real´ acosaba como una pesadilla), alguien que cada día -o cada noche- olvidara su pasado y despertara sin memoria o historia personal, condenado o aliviado de ser, cada vez, solamente lo que hiciera, sin referencias ni puntos cardinales personales.»
Pero luego, la idea cambió. De condena involuntaria, el olvido pasó a ser una elección. ¿Por qué? Porque la traición de Perramus -el hombre, el personaje- hacia su grupo era demasiado para poder vivir con ella…
La historia comienza cuando los Mariscales -dictadores de cualquier latitud, con cara de calaveras y olor a muerte- llegan al refugio donde descansan un hombre y sus compañeros. Ellos son eliminados, pero el hombre -por instinto de supervivencia o por miedo, qué importa- huye. Escapa para salvar su vida y en ese mismo acto se condena para siempre. El peso de la memoria es más de lo que puede soportar. Así llega a un cabaret para beber y olvidar… Pero el alcohol no es suficiente. «Estoy muy mal y quiero morir» explica el futuro Perramus… Sin embargo, en ese lugar todo es posible. Su nombre -«El Aleph»- lo sugiere, y afirma la posibilidad de un nuevo comienzo. Entonces el hombre elige pasar la noche con Margarita, que tiene el poder de darle lo que más desea: nada menos que el olvido…
Memorias y omisiones
Ya convertido en Perramus -nombre que toma de un piloto inglés que le regala Margarita-, el hombre buscará saber quién es, o por lo menos, quién fue. En ese camino, que transcurre en la ciudad de Santa María (que «es Buenos Aires sólo como lo fue en las novelas de Onetti, que la refundó literariamente con ese nombre», dice Sasturain), se encuentra con otros personajes y otras historias. Es que quizá no pueda hacer otra cosa: ¿qué es un hombre sin su memoria?
En los claroscuros de Breccia, Perramus conoce a Canelones -«un negro pardo uruguayo, obrero de la carne, ducho y arraigado a la historia hasta el escepticismo, un cable a tierra para los conflictos existenciales de Perramus», a El Enemigo -que termina sumándose a esa causa que no termina de entender- y a un tal Borges, un personaje que «ficciona al ficcionador», y que se toma unas cuantas revanchas históricas con respecto al escritor.
Las historias II
En la primera parte, Perramus se busca a sí mismo y se encuentra con otros, transita por aventuras de películas y otras no tanto, e incluso viaja a través del tiempo, para volver a encontrarse con Margarita, en 1936. Sólo que ahora (o mejor dicho, entonces) es la «dama del Aleph», capaz de predecir el destino. Y cuando Perramus reclama recobrar «lo que perdí. Quiero saber mi pasado», ella lo mira desde un profundo claroscuro y le contesta «Todo hombre tiene una oportunidad. Tuviste dos. En algún tablero empataste el juego y puedes seguir jugando. Con eso debe bastarte». Y le recomienda «ser fiel al deseo» como única salvación posible. Y es por seguir su deseo que Perramus abre una puerta, detrás de la cual están sus tres compañeros…
La segunda parte tiene que ver con otra salvación: la de la ciudad. Todo comienza con un apagón en medio de una partida de cartas -truco, claro- y Santa María derritiéndose. «Eh,¿qué pasa? Otra vez con El Eternauta…» aventura Perramus. «Conozco la de mentas la historia de Oesterheld… Pero esto es peor, mucho peor…» contesta Borges. Y es cierto. Desde allí, deberán descifrar laberintos y tramas cabalísticas que el personaje, como el escritor, también conoce muy bien. Uno a uno los van encontrando: la luna, el rengo, el muñeco Mito, el macho, el símbolo, el gol, el caído… Todos personajes-símbolos de la ciudad y de ellos mismos. Una oscura aventura en la que la trama y los dibujos recorren un mismo camino cifrado…
Sentidos posibles
Si bien sus autores no identificaron exclusivamente esta historieta con un momento y un lugar fijos («la Vanguardia Voluntarista para la Victoria son las quimeras ultras con sus variantes, los Mariscales son los coroneles o los generales con sus métodos clásicos»), el escritor Osvaldo Soriano prologó a la edición en libro de las dos primeras partes de la historieta (la tercera sigue inédita en nuestro país) como «Perramus: una pesadilla argentina». Lo que sigue tampoco deja dudas sobre su interpretación de la creación de Sasturain y Breccia: «La primera obra cumbre sobre la dictadura argentina está aquí, en este libro de imágenes inquietantes como las pesadillas del amanecer. Todos aquellos temas que los políticos y los intelectuales eluden por arduos y comprometedores, aparecen descarnadamente en la magistral pluma de Alberto Breccia y los sutiles, desbordantes textos de Juan Sasturain.» Y en algún sentido, es cierto. Perramus se publicó originalmente en los números 11 y 18 de la revista Fierro, entre agosto de 1985 y febrero de 1986, cuando las heridas eran todavía muy recientes… Tal vez por su destino de hermana menor de la historia, la historieta pueda, una y otra vez, mostrar (¡y cómo!) algunos temas que a los Grandes Géneros les llevan mucho, mucho tiempo. Y también en este aspecto, Perramus es una obra maestra.
♦ Perramus, Borges y el otro
El personaje de Jorge Luis Borges que aparece en la historieta Perramus no es ciego. Y no sólo eso: puede ver con más claridad que todos en los intrincados rincones de la mente y sensibilidad humanas, y en cada rincón de la ciudad de Santa María. Como escribió Sasturain: «Como el Espíritu -dicen- a María, como la luz a un cristal, Borges atraviesa Perramus y lo calienta, le da aliento y lo revuelve, un ingrediente y un sabor a la vez, todo eso». Y lo hace desde el principio, aun antes de que el personaje aparezca. La culpa de Perramus es el no haber sido valiente, tema que también persigue a Borges. «Por ese camino «- otra vez Sasturain- «Perramus como serie se contamina con las turbias aguas de la metáfora política». Y aquí aparece una de las reivindicaciones del personaje frente al hombre: mientras da una conferencia sobre Quevedo -momento en el que el Borges/personaje aparece por primera vez en la historieta- pasa un mensaje a los rebeldes por medio de golpes con su lapicera. La contraseña es «Antonio Machado», y deducirla en un universo tan literario resulta claro: «Golpe a golpe, verso a verso»… El resto es transcribir las frases marcadas, y el mensaje llega a la VVV (Vanguardia Voluntarista para la Victoria).
«El dibujado por Breccia y hablado por mí no es entonces el que vivió en Buenos Aires y murió en Ginebra (escritor ciego y no sordo, hijo de Leonor Acevedo y padre de media literatura argentina) sino otro, que comparte con aquél una literatura escrita, un sistema de pensamiento y ciertos mecanismos sorprendentes para dialogar con la gente y la realidad histórica».
Y en ese recorrido de sus temas, de sus inquietudes -Borges traza las puntas de la estrella que indicará cada uno de los caminos que llevarán a los posibles «salvadores» de Santa María-, los autores se apropiaron de «textos, gestos, maneras amaneradas, falsas por enfáticas, construimos un personaje que lo evoca, desfasado…» Y es así como en el principio de Perramus III (el que está inédito por estos lares), Borges gana el Premio Nobel, «en un acto de justicia poético». Y si Perramus busca claves, indicios, en el personaje del escritor para entenderse a sí mismo, los otros dos -Canelones y El Enemigo- proponen otras miradas, que van por otro lado, que hacen otra lectura, menos intelectual, más carnal. «Fíjese, mírelos… Son tal para cual. Uno justifica al otro, el otro se explica por el uno…» exhala Canelones, junto con el humo de un cigarrillo. «Oíme, negro» -reflexiona el Enemigo- «Esto se tiene que acabar. No va más…» «Eso. La próxima aventura la manejamos nosotros…»
Final de lujo para una serie de andanzas profundamente borgeanas.
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Por Gabriela Pedranti
Creado por Chester Gould, Dick Tracy apareció por primera vez en 1931, como plancha dominical en el ChicagoTribune. En un clima viciado por gangsters beneficiados por la Ley Seca, los desocupados, y la delincuencia acentuada por la caída de Wall Street dos años antes, el personaje inauguraría una nueva forma de contar la ley. Iba a llamarse «Plainclothes Tracy», algo así como «Tracy en ropa sencilla», (o como diríamos aquí, «de civil»), pero por consejo de un integrante del New York News Syndicate, terminó como Dick Tracy. Sin embargo, sus primeras tiras aclaraban «Plainclothes detective» (al fin y al cabo, un detective «de civil»).
La prehistoria
Como todo personaje que se precie, Dick Tracy tuvo algo así como un «preestreno»: se trata de unas pocas páginas dominicales en el diario Detroit Mirror, el 4 y el 11 de octubre de 1931. En la primera aventura, el jefe de policía (un «ensayo» de lo que luego sería el jefe Brandon, personaje fijo de la serie durante mucho tiempo) llamaba a Tracy como testigo de un robo, y Dick solucionaba el caso. En la segunda, aparecían Pat Patton y el primer villano de la serie, Big Boy, cuyos matones asesinarían al padre de Tess, la novia de Dick, inaugurando así, el 12 de octubre del 31, el inicio oficial de la serie.
La motivación
El infalible personaje ingresó a la policía a principios de los años treinta, con motivos más que personales: el secuestro de Tess Trueheart, su (eterna) prometida y el asesinato del padre de ella. Es a partir de esto que Dick Tracy se dedicará a combatir el crimen con un estilo particular y casi «refinado». Es que no es para menos: en medio de su proposición amorosa a la dulce Tess, su futuro suegro es asesinado por un disparo; Dick jura vengarse y ofrece su ayuda al jefe de policía, aunque hasta ese momento no formaba parte de esa fuerza…
La familia y los amigos
La paciente novia tuvo que esperar hasta la navidad de 1949 para convertirse en la esposa de Dick Tracy. Dos años después, en 1951, la hijita del matrimonio llegó al mundo: Bonnie Braids, una versión pequeña y casi exacta de su madre. Unos cuantos años después, en 1979, (según el tiempo real, claro) nació Joseph Flintheart Tracy, segundo hijo del famoso detective.
Pero el círculo de Tracy fue, desde el principio, mucho más amplio. Los personajes que lo rodearon -los del lado de la ley- aparecían como «sus asociados» («Dick Tracy, plainclothes detective, and his associates», pregonaban los títulos originales). Y cómo no recordar al pequeño Junior, de cara pecosa y pelo rebelde; al Jefe Brandon (Chief Brandon), superior inmediato en la fuerza policial y al émulo y asistente de Dick, Pat Patton, siempre -como su compañero- con el sombrero bien puesto.
El autor, los seguidores
Chester Gould fue el creador del personaje considerado el primer comic negro norteamericano. Nacido en 1900 en Panwee, Oklahoma, Gould comenzó su paso por el mundo de la historieta publicando algunas ilustraciones para los diarios City Daily Oklahoman y Chicago American. Desde 1931 y hasta 1977, se consagró con lo que sería su creación más importante: Dick Tracy. Sumando incasablemente personajes terroríficos, casi grotescos, y escenas violentas, es considerado por muchos el «inventor» del comic negro realista.
El principal encargado de continuar la saga fue el guionista Max Allan Collins, que supo seguir la tarea con el nivel que hasta ese momento había tenido, convenciendo al propio Gould de introducir algunas modificaciones más acordes con los tiempos (como la muerte de Moon Maid, la hija del gobernador de la Luna, y esposa de Junior desde 1964, para eliminar la temática de la ciencia ficción que estuvo presente en la saga durante un largo tiempo).
En 1985, año en que murió Gould, Collins y el dibujante Dick Locher brindaron un ilustrado homenaje al creador de la serie: todos los personajes «buenos» de la saga se emocionan frente a una lápida que dice «Chester Gould, 1900-1985». La viñeta que sigue muestra un abatido Dick Tracy, de espaldas, mirando a través de una ventana. No hizo falta ni una sola palabra.
El estilo
Dick Tracy creó un tipo de detective de policía totalmente diferente al que hasta ese momento imperaba en los géneros de ficción. Su estilo se adelantó incluso a las películas de cine negro hollywodense, que se decidieron a «contribuir» a la represión del delito unos años después de la salida de la tira, con películas como G-Men (abril de 1935) o Bullets or Ballots (mayo de 1936), en las que «las fuerzas de la ley» combatían a los «malvados gangsters» que poblaban las pantallas, los titulares de los diarios y las calles de las grandes ciudades.
En este sentido, Dick Tracy se enfrentó a la visión mayoritaria de la ficción de su época, en la que los protagonistas privilegiados eran los justicieros detectives privados, pero nunca los de la policía. Además, esta historieta inauguró elementos que luego serían tomados por la corriente de novela criminal (llamada «police procedural») que describía las prácticas y procedimientos de la policía, subrayando la «tecnificación» de los agentes de la ley. Sin dudas, Gould fue un verdadero visionario de los géneros «negros».
♦ Soy malo y me gusta serlo
Todo lector de historietas desarrolla una oculta -y a veces no tanto- fascinación por los malvados. Sea porque representan «la otra cara de la moneda», por sus características propias o por su ineludible destino de terminar entre rejas -aunque sea por temporadas cortas-, siempre resultan atractivos. En el caso de Dick Tracy, es Big Boy quien inaugura la galería de villanos e incluso determina que Tracy se convierta en un héroe.
Un rasgo notable y divertido en muchos de los «malos» de esta serie son sus nombres, elegidos a tono con sus actividades. Es así que en 1932 apareció la «reina del hampa» Larceny Lou (es decir, «robo», «hurto» Lou); entre 1934 y 1935, los dinamiteros (y hermanos) Arson, apellido que significa «incendio intencional»; el traficante de armas Korpse, en 1938, nombre derivado de «corpse», o sea «cadáver», con reminiscencias germánicas; el profesor Emirc, inventor de una máquina letal, cuyo apellido es la inversión exacta de «crime» (delito), en 1939. En la década del 40 se sumarían The Mole (el topo) , delincuente con una guarida subterránea; Measles, con toda la cara llena de manchas («roña» o «sarampión») y el hipnotizador Influence (obviamente, «influencia»). Es durante estos años cuando Gould acentuó la tendencia a denominar a los villanos de acuerdo con ciertos defectos físicos: Littleface («cara pequeña»), Pruneface (todo arrugado, como una pasa, o sea «prune») y Shakey (que temblaba todo el tiempo, según el vocablo «shake», es decir «estremecerse» o «temblar»). Estos villanos marcaron escuela: el creador de Batman, Bob Kane, comic que también tiene lo suyo en el área de los malvados, siempre reconoció que su maestro era Gould.
Pero también hay una peculiaridad con respecto al apellido del propio protagonista de la serie: «Tracy» se deriva de «trace», o sea «rastrear», «investigar». Y además, su nombre «Dick», alude a «detective». Unas huellas de lujo para una creación que sigue vigente.
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por Gabriela Pedranti
Muchas historias de la humanidad han sido retomadas por distintas formas de arte, para recordar o llamar la atención sobre hechos históricos. Desde la película La lista de Schindler a las más diversas expresiones artísticas, el Holocausto ocupó – y sigue ocupando- un lugar central en la memoria colectiva. Pero sin duda, uno de los relatos más logrados – tal vez por su testimonio directo, tal vez por el propio intento del autor de entender la historia de sus padres- es la historieta Maus, de Art Spiegelman. Una mirada desde la pregunta y la búsqueda, en la que tal vez lo más inquietante sea que -a diferencia de lo que suelen hacer las películas- no hay héroes, sino tan sólo sobrevivientes…
El autor
«No entiendo porqué todos en esta cultura parecen creer que nada es real hasta que se convierte en película…». Toda una definición. Art Spiegelman, el autor de Maus, historia de un sobreviviente, cree que su obra más conocida encontró su forma apropiada en la historieta. Fundador junto con su esposa, Françoise Mouly, de la revista Raw (una publicación de vanguardia, de la que siguen siendo responsables artísticos), ganó un Pulitzer especial por su creación sobre el Holocausto.
Spiegelman nació en Estocolmo (Suecia) en 1948, en el camino del exilio final de sus padres hacia Estados Unidos. Bajo el seudónimo de Skeeter Grant, publicó sus primeros dibujos en la década del sesenta. Fue por esos años que una profunda crisis lo llevó a internarse en un hospital psiquiátrico, al salir del cual lo esperaba una gran tragedia: el suicidio de su madre, en 1968. Desde entonces, sus historietas se volvieron cada vez más introspectivas: «Cuando hice Prisioner on the Hell Planet (Prisionero en el planeta Infierno, incluido en la primera parte de Maus), que es un comic sobre el suicidio de mi madre, no estaba ni siquiera seguro si iba a permitir que lo publicaran. Sólo lo hice porque necesitaba hacerlo,» comenta en una entrevista realizada por Chris Goffard. Fumador empedernido, consume cigarrillos hasta cuando da sus clases y seminarios sobre historia y estética de la historieta.
Maus
La historieta de Spiegelman sobre el Holocausto representa a los judíos como ratones y a los nazis como gatos. La razón, o la idea, tal vez surja de un artículo periodístico alemán de 1935 que el autor incluye en la edición de la segunda parte de su obra: «El Ratón Mickey es el ideal más miserable que jamás haya habido… Las emociones sanas le indican a cualquier joven independiente y muchacha honorable que esa sabandija inmunda, el mayor portador de bacterias en el reino animal, no puede ser un tipo ideal de personaje… ¡Fuera la brutalización judía del pueblo! ¡Abajo el Ratón Mickey! ¡Usemos la cruz esvástica!» O tal vez este texto sólo reafirme la identidad que Spiegelman eligió para representar a sus personajes principales.
La historia de Maus se divide en once capítulos, recopilados en dos tomos (Maus I: Mi padre sangra historia y Maus II, Y aquí comenzaron mis problemas), que fueron traducidos a más de diez idiomas. Publicada originalmente en Funny Animals a principios de la década del setenta, la saga tardaría trece años en ser completada.
Y lo más valioso de esta obra es que, lejos de caer en facilismos sentimentales o encerrarse en un intento de reflejar el dolor y la masacre, se plantea como una búsqueda, un intento de comprensión de un hijo que no vivió la guerra (llamado claramente Art) y su padre, que también lleva el nombre del verdadero papá Spiegelman, Vladek. Entre preguntas y respuestas, relatos de supervivencia y quejas por el mal carácter del progenitor, Art Spiegelman (el autor y el personaje) consigue representar el recorrido de su familia desde su propia mirada, que enriquece y complejiza las lecturas «lavadas» de los hechos históricos.
Maus II
Como afirmó Umberto Eco, «Maus es un libro que no se puede dejar, en verdad, ni siquiera para dormir. Cuando dos de los ratones hablan de amor, uno se conmueve, cuando sufren, uno llora. Lentamente, en este pequeño relato hecho de padecimientos, humor y los desafíos diarios de la vida, uno queda atrapado por su ritmo suave y magnético, y cautivado por la antigua familia de Europa del Este. Cuando Maus termina, siente tristeza de abandonar ese mundo mágico y volver a él. «Es que el trabajo de Spiegelman recorre las relaciones humanas desde la diversidad, desde la compleja trama que las envuelve y devora cuando sólo se trata de sobrevivir. Tal vez quien mejor lo defina sea el propio Vladek (Spiegelman padre) en la primera página de Maus (que aclara: Rego Park, N.Y., alrededor de 1958), ante el llanto de su hijo Art porque sus amigos se habían ido a jugar sin él: «¿Amigos? ¿Tus amigos…? Si los encierras en un cuarto sin comida, una semana entera… ENTONCES verás lo que son los amigos!…»
Y es ese mismo padre real/personaje (que aparece como tacaño, de mal carácter e incluso, en un episodio, como racista) el que en el final de Maus, después de haber relatado las mil y una estrategias que utilizó para sobrevivir, se despide de su hijo Art, llamándolo con el nombre de su primogénito, que no sobrevivió a la guerra. «Estoy tan cansado de hablar, Richeu. Basta de historias por hoy…»
Bello y trágico final para uno de los mejores relatos del Holocausto y -qué duda cabe- una de las grandes obras del noveno arte.
♦Otras voces, otras historias
El reconocimiento de Maus tuvo distintas expresiones en los medios de comunicación, tanto por el duro tema que trata como por su indiscutible valor artístico. Desde «Una obra de arte brutalmente conmovedora», como la calificó el Boston Globe hasta la observación de The New York Times («Quizá ninguna narración del Holocausto contendrá jamás toda la experiencia. Pero Art Spiegelman ha encontrado una forma auténtica y original de acercarnos a su corazón desnudo»), las opiniones coinciden en lo valioso de la obra. Hay incluso un reconocimiento al tan bastardeado género de las tiras dibujadas, y nada menos que en el legendario The Washington Post : «Un triunfo sobrio, simple y conmovedor, imposible de describir con precisión e imposible de lograr en cualquier otro medio que no sea la historieta».
Por su parte, el prestigioso The Times aportó una aguda observación: «Spiegelman retrata a los nazis como gatos, a los judíos como ratones, a los polacos como cerdos y a los norteamericanos como perros. Todos son terriblemente humanos. Esta es una historieta que no tiene nada que ver con Tom y Jerry. Cualquiera que se haya conmovido con When the wind blows, de Brigg… apreciará el genio de Spiegelman para meterse con un tema que muchos dicen que ni siquiera puede tratarse»
Pero tal vez las apreciaciones más interesantes vengan del otro lado del Atlántico, seguramente porque los europeos fueron quienes vivieron la experiencia de la guerra como nadie. L´Express de París comentó «Art Spiegelman quiso describir lo indecible… una obra maestra». Pero la revista inglesa Time Out llegó quizá al nudo del problema: «Este intenso recuento personal de una familia que sobrevivió, de escapes por un pelo y encarcelamientos, trata con gran arte experiencias y emociones que tal vez muchos deseen fervientemente olvidar. Una historia sobre cómo, cuando la vida es desgarrada hasta el nivel de subsistencia, la confianza y la traición adquieren dimensiones sin precedentes… En la tradición de Esopo y Orwell, impresiona e imparte una resonancia poderosa a lo que, después de todo, es un tema bien documentado. Y el trabajo artístico está tan logrado, resulta tan fuerte y conmovedor, sin recurrir a sentimentalismos, que funciona.»
Y si Maus se lleva casi (o todos) los laureles, no es porque hayan faltado historietas sobre el tema, sino porque lo encaró de una manera introspectiva, original y casi descarnada en el aparentemente simple relato de un padre a un hijo. Y a través de esa obra, Art Spiegelman logra expresar lo que muchos suponen que ni siquiera puede mencionarse: «Maus conmemora la experiencia del padre de Spiegelman durante el Holocausto – Sigue su historia, cuadro a cuadro, desde la juventud y el casamiento en la Polonia de pre-guerra hasta el encarcelamiento en Auschwitz… ´El relato de un sobreviviente´ resulta desnudo, sin adornos… Uno de los clisés sobre el Holocausto es que no se puede ni siquiera imaginar lo que fue- como la guerra nuclear, su horror desafía, supera la imaginación artística. Spiegelman refuta esa teoría», como afirmó The Independent.
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